“El policía abrió la puerta e invitó a entrar a la mujer. La luz se colaba en rayitas por la celosía que, una vez levantada, mostró la inscripción en la pared opuesta a la ventana.
Quedó tan atónita que demoró bastante en ver el cadáver acostado en el sofá con un libro abierto cubriéndole la cara. “Los elefantes pueden recordar” era lo que decían esas letras de un rojo amarronado sobre el fondo de cal.” Un intendente. Un partido de fútbol con un muerto. Un hombre de visita en su pueblo. Un estudiante de letras tratando
de conseguir unos pesos. La suerte literaria de un ladrón de poca monta. Un uruguayo en Ystad. El delirio de un periodista, ¿o un sicópata? Una grafóloga forense se ve obligada a viajar a un pueblito perdido del interior. En estos  cuentos Fernández de Palleja nos pasea por intrincadas rutas del país, porque como dice en uno de los relatos: “Yo sé que a la muerte no la mato, pero la dejo toda arañada”.